¿Curiosidad o expectativa?
- Montserrat Cornejo
- 29 oct
- 1 Min. de lectura
Voy en la línea naranja. Una señora me da mucha curiosidad: tiene una vibra que, sin saber por qué, llama la atención. Es de esas personas que entran a un lugar y roban todas las miradas. La observo mientras recoge algo que parece una pequeña cámara desechable. ¿Tendrá fotos? ¿Será de un niño, o de algún extranjero distraído que ahora intenta no borrar esas memorias estilo Polaroid?
Me pregunto cuál habrá sido el objeto más valioso que ha encontrado esa señora. Me dan ganas de preguntarle, pero interrumpir ese compás tan preciso, tan meticuloso y casi meditativo, me parece un acto imprudente. Prefiero quedarme con la curiosidad, porque pienso que no todo lo que nos preguntamos necesita respuesta. A veces el simple hecho de cuestionar ya es un ejercicio suficiente; y el mero acto de imaginar puede ser más satisfactorio que comprobar si nuestras suposiciones eran ciertas.
Confirmo, una vez más: entre la curiosidad o la expectativa, elijo siempre la primera.
O como dijo Remy Gourmont: "La lógica es buena para razonar, pero mala para vivir"; o sea: para qué chingados buscar tener la razón si contamos con un pensamiento libre y creativo.
La veo alejarse, en un paso que parece un vals, hasta plantarse justo frente a la puerta. No le importa si alguien necesita entrar, y eso me causa un poco de risa. Su trabajo va primero. Ella va primero. Y de alguna manera, la aplaudo.
Quizá también estaba conmigo en el trance: yo siguiendo los trapos con los ojos y ella, meditando en sí misma.
Dos cosas:
Uno, limpiar sí da paz mental.
Dos, todos somos importantes.



Si somos