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Colombia me escuchó en el Uber.

Updated: Jun 20

Tenemos un problema con los hombres que crecieron sin la presencia de un padre o con figuras paternas emocionalmente ausentes. Esto ha generado en ellos un profundo miedo al compromiso; se abruman con sus emociones y les aterra sentirse vulnerables ante alguien. Ese ego disfrazado de "soltería empoderada", donde la idolatría al egocentrismo es el motor principal de su discurso, los mantiene atrapados.

Blas, mi Uber del domingo por la noche, me escuchaba atentamente decir todo esto. Una pequeña bandera de Colombia asomaba al lado del volante. "¡Qué chimba lo que dice!", me respondió. Me contó que lleva aproximadamente tres años soltero. Le cuesta entender a las mujeres; siente que los valores se han diluido. En sus palabras: "No comprendo por qué las mujeres de ahora buscan el reemplazo fácil. Si uno comete un error, te reemplazan. Si no tienes suficiente plata, te reemplazan. Suben una historia y los 'likes' les hacen pensar que tienen 20 mil opciones para elegir. Y sí, pero de esos 20 mil, ¿quién de verdad la querrá para algo serio?".

Sí, sé que lo que Blas dice suena severo, pero antes de que alguien se ofenda, lo escucho con atención porque tiene un punto. Le respondí que es una combinación de múltiples factores: la sociedad de consumo, la inmediatez que se exige en todo y la devoción por el individualismo. Le conté que estuve casi diez años con una persona y que, aunque ahora amo de manera diferente, tampoco me salvé de los esquemas aprendidos sobre el amor romántico y las creencias limitantes que muchas veces impiden construir vínculos sanos y verdaderos. Le dije que mi antídoto había sido lo siguiente:

Conocer a Dios. Y aquí voy a ser muy clara: no voy a llamar "universo", "destino" o "energía" a lo que para mí es, sin duda, Dios. Antes, jugaba sin conocer las verdaderas reglas del mundo, las del Creador divino. Quizás por eso me fue tan mal. No comprendía la amabilidad que se necesita hoy en día en las mujeres. Mientras que el mundo te exige ser empoderada, el cristianismo te invita a ser bondadosa. Mientras que muchas veces basé mi identidad en mi profesión y/o en el dinero, ser hija de Dios me permite caminar con la frente en alto. Hoy siento una corona que no conocía antes, una que me ayuda a hacer las cosas con gracia y amor hacia mí misma.

No me malinterpreten: no visto de blanco ni tengo pajaritos cantando a mi alrededor. No soy una santa sin mancha. Por el contrario, hoy más que nunca reconozco mis heridas y sé de qué pie cojeo. Concientizar mis pecados me ha hecho conectar con todo: saber que tengo el poder de destruir las cosas, que yo también he sido baja, he lastimado y que, por supuesto, puedo volver a hacerlo. Conocer la imperfección de mi humanidad me permite invitar a la mesa la oportunidad de ser mejor persona, por elección y no por imposición. Por convicción y no porque me lo dicte un hombre, una madre, unos amigos o una sociedad. Vivir descansada en Dios me permite visualizar el mundo de manera diferente.

"Dios no necesita ayuda ni ayudantes", pero yo me hago cargo de lo mío. Me gusta cuidar mi trabajo, mis relaciones, estar para mi familia y, ahora que he conocido a un griego, compartirme con él. Y sí, por primera vez no tengo expectativas. Tengo claro lo que quiero, pero abandonarme en Dios implica entender que Su voluntad es la única verdad y providencia que necesito. Aun si el griego se fuera, si mis amigas se mudaran, si mi madre muriera, si todo se acabara, sé que no quedaría abandonada porque Dios está conmigo. Sobre todo, verlo a Él me ha permitido mirarme a mí misma. "Quiero verte como Tú me miras", le rogaba desesperadamente después de haberme acostado con alguien y sentirme usada y vacía hace no mas de un año. Vi con total claridad la falsa promesa del empoderamiento femenino contemporáneo: esa que te dice "acuéstate con quien quieras", "trátalos con indiferencia", "concéntrate en ti", "tú lo puedes todo sola", "no necesitas un hombre, solo trabajo y éxito profesional". Pero yo me sentía insatisfecha. Me sentía basura. En medio de ese silencio y soledad quebrantadora, escuché a Dios. Me hizo escribir con tanta rapidez que solo repetía: "Quiero verme como Dios me mira", "Quiero verme como Dios me mira". Y hoy estoy aquí.

Concierte de cierto problema con la lujuria. La he confundido muchas veces con amor. He caído en el error de confiar en algunas personas que han fingido un vinculo amoroso con tal de pasarla bien un rato. Sin embargo ver de frente esas manifestaciones de nada mas y nada menos que masculinidades frágiles y muy muy rotas, me han hecho reconocer lo que sí es el amor y que, gloria a Dios, vivo abundante de ello, que soy suficiente, que Dios me esperaba aun cuando yo agachaba la cabeza de vergüenza. No me sentía digna, lo confieso. Lloré de compasión al pensar que alguien podía amarme de manera tan inmensa, incondicional y fiel. Empecé a tener fe en todo. Y hoy puedo decir que una se entrega diferente cuando conoce su lugar, es sólido su hogar, cuando sabe a dónde y a Quién pertenece. Inevitablemente te entregas de otra manera.

Servir a otros se convierte en un deleite. Cuidas el amor que recibes, lo multiplicas, aprendes a medir las cosas, te guías por hechos y no por expectativas o idealizaciones. Ya no buscas que "sea así", "que gane esto", "que diga aquello". No. Recibes con plenitud porque sabes de dónde viene la verdadera providencia y, junto con Él, te conviertes en generadora de tu propia riqueza. Y es ahí cuando puedes identificar mejor las intenciones de la gente: sabes que alguien te ama porque se parece a la manera en que tú te tratas. Se alinea al diseño del Señor y no del de tu corazón tan ensimismado e influenciado por las leyes del mundo.

Y como le dije a Blas, para mí, ese es el verdadero poder femenino que nadie te puede quitar: la paz de saber que pase lo que pase, estás ahí para ti misma. Nadie puede moverte de tu centro. Nadie más que Dios tiene tu corazón en Sus manos. No hay viento, amor, sexo, hombre, trabajo, familia, anhelo o deseo que te saque del camino. Caminas de Su mano, con sed de Su palabra, con amor por el conocimiento de Su vida. Y les prometo que cuando una llega ahí, ve el amor de una manera completamente distinta.

Oro por Blas y su confianza restaurada en las mujeres. Oro para que seamos mujeres de fe, pero sobre todo, de esperanza. Oro para que haya más mujeres tiernas y menos mujeres perdidas en la creencia de que somos "merecedoras de todo". Mujeres con los pies bien plantados en la tierra, no en el ego. Oro por hombres que sanen sus heridas, que gestionen sus emociones, que no tengan miedo al compromiso. Oro por hombres presentes y claros. Oro por personas libres de la esclavitud del sexo vacío. Oro por mi corazón y por el de mi griego. Por nuestra libertad y plenitud. Por la abundancia. Y oro por cada una de las manifestaciones de amor que mi Señor me permite conocer, extender y disfrutar. Oro para ser lo suficientemente sabia para cuidarlo, nutrirlo y multiplicar sus bendiciones. Oro por ti, por tu corazón. Gracias por leerme.


 
 
 

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